Reseñas

Los ojos lúcidos

Abril de 2004, en torno a la serie fotográfica Fiat lux

La obra fotográfica de Agustín Martínez es conmovedora y profunda. Agustín Martínez nació en la ciudad de México en los setentas. Tomó su primera fotografía al abrir los ojos, porque los ojos son lentes y la conciencia la película que se plasma el mundo.
Tal vez impulsado por un don nato desde pequeño tomó sus primeras fotos, sin imaginarse que un día leería atento a Barthes y su Cámara lúcida, ni que atraparía en películas con sustancias de plata acontecimientos destinados en aparecer en primeras planas de diarios, en libros de antología, o en exposiciones de bienales. Ya iniciado en el fotoperiodismo, un día logró capturar a un futuro Presidente de la República encima de una patineta, justo en el acto de caer e irse de espaldas en plena campaña proselitista (tal foto se encuentra el excelente libro Historia contemporánea de México, de Lorenzo Meyer), como si esa foto fuera una profecía. El fotógrafo sabe que está destinado a, posiblemente, consignar sólo una de esas fotos en su vida: es el regalo que el Dios del Azar le concede y luego lo expulsa al paraíso de lo fortuito. Entonces, el que toma la cámara, ya despojado, joven o viejo, comprende que lo demás será fruto del trabajo y la creación. Agustín Martínez apostó por el arte, y lo hizo muy bien, porque su proyecto, Fiat lux, lo hizo acreedor a la beca Jóvenes Creadores, en el período 2002-2003, para ser culminado, ahora buscará difundirlo.
Su propuesta ya no iba por esas imágenes del mundo exterior, ominoso a veces, sino por aquellas que buscan la luz. Mas paradójicamente, y en ello radicó su tino, persiguió su objeto en la exploración de la ceguera. En tal apuesta no iba sólo el explorar, sino el experimentar. Con una fina percepción, en sus fotos logra capturar más de lo que se propone: en una foto vemos a un niño ciego que palpa la silueta de un ave, sus manos tiernas tocan el cuello y el pico prominente: hacen el papel no de ojos sino de espejos.
Las fotografías de Agustín Martínez logran que el espectador no sólo reciba un atisbo de luz que los hombres han perdido, un fotón apenas, sino que lo hacen asomarse directo a la inocencia. El esfuerzo para conseguir esto, como ya lo he dicho, no es un obsequio del Buen Dios, sino de una disciplina constante, del tesón y de arrebatar a la cámara (esos ojos artificiales) mediante el arte de la seducción, lo que aparentemente no quiere entregar sino hurtar. Tal cosa sólo se consigue gracias a la lucidez, eso que ya no es un don, sino el fruto de un árbol precioso, un fruto de luz.

Isaí Moreno, escritor